Desde que nacemos, almacenamos nuestras experiencias en nuestra
memoria en un proceso que tiene tres pasos fundamentales: la
codificación de la información a partir de una imagen, un olor o un
sonido, lo que explica que en ocasiones podamos acordarnos
repentinamente de alguien por oler su mismo perfume en otra persona; el
segundo paso es el de hacerle un sitio a ese recuerdo, para lo que
producimos un cambio fisiológico y aceptamos ese recuerdo en nuestra
memoria; por último, es preciso poder recuperar cualquier recuerdo, para
lo que es necesario invertir el proceso de codificación.
Para añadir un segundo grado de dificultad a cómo guardamos nuestros recuerdos, existen tres tipos distintos de memoria. Según
la importancia emocional o racional que le damos a nuestras
experiencias, las disponemos en una jerarquía y 'elegimos' un tipo de
memoria. Estas tres variantes son la memoria a corto o a largo plazo y
la memoria sensorial. Esta última remite al ejemplo del que
hablábamos, en el que un sentido como un olor o una imagen nos trae a la
mente un recuerdo que, en principio, nada tiene que ver con la imagen o
el olor que acabamos de sentir.
En el momento en el que automáticamente entendemos por qué un
recuerdo lejano acaba de conectar con ese olor o esa imagen, es cuando
ponemos en marcha nuestra memoria a corto plazo, ya que nos permite ser conscientes de la conexión.
Se trata de una información activa que nos permite recordar varias
unidades de información al mismo tiempo, aunque tiene una capacidad
limitada. De esta variante deriva un tipo de memoria llamada de trabajo,
que tiene que ver con el proceso de recordar activamente este recuerdo
que acabamos de traer a la mente.
En la memoria a corto plazo almacenamos recuerdos debido a varios
motivos: la novedad; la información que nos llega primero, por ejemplo,
en un listado; lo distintivo u original de una información; la
frecuencia, y las asociaciones que hacemos con recuerdos permanentes o
las que hacemos fotográficamente.
Cuando estos factores determinan que alguna información forma
parte de nuestra memoria a corto plazo, es el hecho de otorgarle
importancia lo que hará que pase a formar parte de la memoria a largo
plazo, que reservamos para aquellos recuerdos permanentes, que
nos acompañan durante gran parte de la vida. Así, los momentos más
significativos son los que guardamos en este apartado de la memoria. Sin
embargo, muchas personas recuerdan cosas que en realidad consideran
insignificantes, aunque es por su peso simbólico ?por ejemplo, acordarse
de una prenda por lo que representa? o por su repetición ?una carretera
por la que se transitó todos los días durante una época determinada?
por lo que formarán parte del rincón más sagrado en nuestra memoria.